Reflexiones para tí.

Felices los puros

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Mateo 5:8.

¿Porqué nos cuesta tanto ser religiosos? ¿Por qué nuestro mundo contemporáneo pareciera tener una aversión hacia la idea de Dios y de la vida religiosa? Por supuesto, hay múltiples causas, pero permíteme decirte que, en gran medida, se debe a una característica propia del ser humano: nos atrae aquello que se parece a nosotros, aquello con lo que nos identificamos. Por el contrario, solemos sentir rechazo por lo que difiere de nosotros.

Solo aquel que ama la pureza y la bondad puede percibir la belleza que hay en Dios, tal como él ha revelado su carácter santo, noble y lleno de amor en su Palabra, la Santa Biblia. Tal persona encuentra que sus anhelos más íntimos, profundos y elevados de una vida noble hallan eco y satisfacción en la persona de Dios, en la revelación de su maravilloso plan de redención y en los principios ennoblecedores de su Ley.

En contraste, el de corazón malicioso, mezquino y rencoroso, vengativo y lascivo, ambicioso y soberbio, no puede ver otra cosa que sus propias necesidades egoístas. No tiene gratitud por Dios, y es incapaz de ver las abundantes providencias con las que Dios lo bendice día tras día.

Jesús propicia una religión y una ética que no estén basadas en una “fachada” de bondad, en máscaras que nos ponemos delante de los demás para que crean que somos buenos y dignos de su respeto, afecto y admiración. Por sobre todas las cosas, la religión de Cristo tiene que ver con el corazón, con la pureza de los pensamientos, los sentimientos y las motivaciones más profundas. Implica la búsqueda de una constante purificación interior. Tiene que ver no solo con la pureza sexual sino también con la pureza de las intenciones, de los sentimientos, de los resortes de la acción.

Como David, ¿no te gustaría orar a Jesús diciéndole: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10)?

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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