Reflexiones para tí.

La gran señal del discipulado

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13:34, 35.

Uno de los hechos más trágicos de la historia del cristianismo, y que perdura hasta la actualidad, es cómo se ha tergiversado su esencia, y se la ha reemplazado por otros valores, haciendo que se desnaturalice su identidad y su razón de ser.

Para Jesús, tal como se revela en la Biblia, si bien la doctrina, la conducta ética y la liturgia son de suma importancia, lo principal y lo que le da su razón de ser al cristianismo, y su sentido a los valores antes mencionados, es el amor.

Cuántas veces, en nuestro celo por “la verdad”, o por salvaguardar el buen nombre de la iglesia, o por otros motivos, perdemos de vista que lo que más importa es que aprendamos a amarnos los unos a los otros; a tratarnos con bondad, ternura y humildad; y a interesarnos genuinamente por el bienestar, la felicidad y la salvación de nuestros hermanos.

Ser cristiano significa procurar no hacer daño al prójimo sino estimular, consolar y fortalecer a los que nos rodean.

Ser cristiano significa que estarás preocupado por ayudar al que lo necesita, brindando, dentro de tus posibilidades, tu interés, tu atención, tu tiempo, tu trabajo y aun tus bienes por socorrer al triste, al que padeció alguna pérdida, al que tiene problemas personales o familiares, al que está en una situación económica de emergencia, al enfermo, al solitario, al que padeció un infortunio.

Significa, también, que tratarás de que aquellos que están perdidos en la ignorancia espiritual o hundidos en las garras de una vida de degradación moral puedan encontrarse con la luz del evangelio de Jesucristo, y sobre todo puedan tener un encuentro con su Salvador.

Verás que, si mantienes este norte siempre delante de tus ojos -el amor verdadero-, tu vida cristiana siempre tendrá sentido y propósito, y no se dejará confundir por una religiosidad meramente teológica o moralista, que te puede dejar frío el corazón. Verás que solo de esta manera serás cada vez más semejante a Cristo.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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